Título:
El movimiento
jaranero contemporáneo: comunidades imaginadas reinventando tradiciones desde
la aldea traslocal (Borrador)
Reunión académica:
Jornadas Universitarias sobre Música y Política
Ponente:
Rafael Figueroa Hernández, Doctor en
Historia y Estudios Regionales por la Universidad Veracruzana, investigador del
Centro de Estudios de la Cultura y la Comunicación de la Universidad
Veracruzana
El movimiento jaranero contemporáneo: comunidades imaginadas reinventando
tradiciones desde la aldea traslocal
La región cultural jarocha está circunscrita a la región
conocida como Sotavento.[1] Fue ahí donde se creó ese
complejo musical, danzario y lírico que conocemos como son jarocho en circunstancias
socioculturales muy específicas que mucho deben a la comunicación existente
entre los diferentes países del Caribe de dominación española durante la mayor
parte de la Colonia. Comunicación que comenzó a fallar durante el siglo XIX
debido a dos hechos históricos. El colapso económico de Haití como principal
productor de azúcar debido a la revolución de independencia y la progresiva
independencia de los países del Circuncaribe con México y Venezuela a la
cabeza. El primer hecho histórico dio pie a que otros países del área (Cuba,
Puerto Rico y República Dominicana principalmente) comenzaran a convertirse en
productores de azúcar, lo cual trajo como consecuencia la creación de un circuito
económico alrededor de este producto que obligó a las manifestaciones
culturales del periodo anterior a refugiarse en regiones como el centro de Cuba
y Puerto Rico, el oriente de Venezuela y el Sotavento mexicano, y que dieron
como resultado la creación de estilos musicales particulares, emparentados entre
sí, pero que desarrollaron pronto elementos propios como el punto cubano, el
seis puertorriqueño, la música llanera de Venezuela y el son jarocho en México
respectivamente. Esta situación se acentuó con las independencias ya que la
comunicación fue casi completamente cortada entre los países que antes
conformaban el llamado Gran Caribe.
Durante todo el siglo XIX en
el Sotavento se fue cocinando lo que ahora conocemos como son jarocho y el
lugar donde todos los ingredientes se dieron cita fue el fandango: una fiesta
comunitaria en donde alrededor de una tarima de madera se canta, se toca, se
baila y donde pronto se fueron desarrollando las características y protocolos
de lo que después sería llamado son jarocho, que llegó al siglo XX
perfectamente conformado, aunque todavía como una manifestación regional poco
conocida más allá de sus fronteras regionales.
Fue el proyecto nacionalista
de los gobiernos emanados de la Revolución Mexicana el que incorpora lo jarocho
al proyecto de nación y lo coloca a la vista de todos mediante la naciente
industria audiovisual que incluía en ese entonces a la radio y el cine. Si bien
con esto se logró la visibilidad de lo jarocho, también cierto es que tuvo que
pagarse un precio: el distanciamiento entre el son jarocho y el fandango. El
son jarocho en el centro de la república evolucionó en una música urbana que
debía funcionar en los escenarios y en los medios audiovisuales olvidándose de
su raíz fandanguera, su raíz de fiesta comunitaria. El resultado fue una
conversión de las prácticas musicales y danzarias para adaptarlas a las nuevas
condiciones: los sones se hicieron más rápidos y al mismo tiempo más cortos,
adecuándose al escenario de un centro nocturno o al tiempo limitado de un
programa de radio. El baile era ejecutado por bailarines profesionales y el
público se limitaba a una escucha más o menos pasiva sin mucha participación. El
son jarocho se adaptó creativamente al nuevo medio ambiente pero, como era de
esperarse, se ganaron cosas pero se perdieron otras. Una de las que se
perdieron fue la fiesta comunitaria del fandango que por razones que ponían en
riesgo toda la estructura socioeconómica del campo en el Sotavento fue
perdiendo terreno ante otras manifestaciones musicales y danzarias propias de
la modernidad y ya para mediados del siglo XX, la tradición del fandango sobrevivía
apenas en las zonas rurales o en las pequeñas ciudades de esta región cultural.
No fue sino hasta el último
cuarto del siglo XX que el panorama comenzó a cambiar cuando un movimiento de
recuperación del son jarocho tradicional comienza a cobrar fuerza entre los
jóvenes urbanos de la época y se reivindica al fandango como eje central de la
práctica musical, danzaria y lírica jarocha. Este movimiento, conocido como
movimiento jaranero, abrevó en las fuentes tradicionales, recuperó sones
perdidos, buscó y aprendió de los viejos reinventando una tradición jarocha que
parecía estar agonizando.
Una variedad de antecedentes
(sociales y culturales entre otros) se conjugaron para que una nueva generación
de músicos, bailadores y versadores se dieran a la tarea de revivificar el son
jarocho, desde dentro y desde afuera, jóvenes interesados en mantener las
tradiciones, que eran, al mismo tiempo, promotores del son jarocho, y esto es
quizá lo más importante, músicos creativos capaces de crear nuevas maneras de
ejecutarlo y trabajar en la composición de sones nuevos convencidos de que la
única manera de mantener la tradición es renovándola.
El llamado “movimiento
jaranero”, al igual que su contraparte de los años 30 y 40 del siglo XX, nace
también como una necesidad de proyectar el son jarocho hacia afuera. Es creado
principalmente como un movimiento urbano que se mueve dentro de los límites
marcados por el sistema capitalista de finales del siglo XX. Para lograr esta
inserción, como lo hizo el son jarocho de los años cuarenta, modifica algunas
de las formas de ejecutar y de presentación del son jarocho tradicional para
ser capaz de incorporarse a realidades que ya no incluyen al fandango y a la
fiesta como fuerza nodal sino que ahora se trata de conciertos y festivales
como parte importante de la labor de difusión del género. Crea nuevos
estereotipos destinados a lograr un lugar en la oferta cada vez más amplia de
géneros “tradicionales”[2]
a nivel internacional que comenzaban a conformar ese confuso y caleidoscópico
concepto conocido como World Music.
Las diferencias existen por
supuesto y son muy claras. Tienen que ver mucho con el discurso que ha logrado
elaborar el propio movimiento en donde ocupa un lugar muy importante el rescate
primero y después la reivindicación de la música tradicional y sobre todo de su
fiesta por excelencia: el fandango. Desde algún momento de la década de los
setenta el son jarocho encontró un camino que lo ha llevado a ocupar un lugar
importante en la escena musical de nuestro país. En palabras de Alfredo Delgado,
uno de sus estudiosos más importantes:
El movimiento jaranero es un fenómeno único. Tiene raíz y
corazón, pasión y movimiento, pasado y futuro. Ha trascendido las fronteras
regionales y nacionales, ha llegado a los medios masivos de comunicación, está
presente en las rancherías y las grandes ciudades, en el espacio cibernético y
en la mitología comunitaria.[3]
Con el fandango y el son
jarocho “tradicional” como banderas principales el movimiento jaranero fue
expandiéndose para incluir en su seno, en una cantidad cada vez mayor, a
personas que no pertenecen a la esfera sociocultural que denomina el adjetivo
“jarocho”. Primero fueron los “jarochilangos” que llegaban al Encuentro de
Jaraneros de Tlacotalpan, con diferentes grados de interés y de humildad para
incorporarse al movimiento, después fueron llegando tímidamente los
“extranjeros”, causa y consecuencia en parte de los cambios radicales que ha
sufrido la escena del son jarocho una vez comenzado el siglo XXI. El son
jarocho está en un momento muy importante de su historia. Casi sin dudarlo
podemos decir que no ha habido otro período en su largo desarrollo en donde el
son jarocho haya sido cultivado y difundido por más personas. Miles de
ejecutantes lo cultivan de manera cotidiana, mientras un número cada más mayor
de aficionados asisten a los conciertos, aprenden a bailar y tocar o compran
discos y videos, físicos o virtuales, al mismo tiempo que los grupos cabezas
del movimiento son viajeros frecuentes y conocidos de los festivales internacionales
de música en buena parte del mundo occidental. El resultado en la actualidad es
un movimiento social evidente a pesar de su falta de organización oficial e
incluso de la negación por parte de algunos de sus integrantes.
Los movimientos sociales son esfuerzos conscientes, concertados
y sostenidos por parte de personas ordinarias para cambiar algún aspecto de la
sociedad, utilizando medios extra institucionales. Son más conscientes y organizados
que las modas. Duran más que una simple protesta o motín. Rebasan las
organizaciones formales, aunque tales organizaciones normalmente juegan un
papel. Están conformadas principalmente por personas ordinarias, en oposición a
oficiales de la armada, políticos o élites económicas. No necesitan ser
explícitamente políticas, pero muchas lo son. Protestan contra algo, ya sea
explícito… o implícito (Goodwin y Jasper: 3, traducción mía).
Y como movimiento social el
movimiento jaranero desarrolló desde muy temprano un canon, una serie de normas
que definirían sus objetivos y sus derroteros. Uno de los pilares de ese canon casi
desde sus inicios fue el fandango, como punto nodal de la tradición del son
jarocho. El fandango es el lugar donde, según el canon del movimiento, deben
medirse todos los elementos musicales, danzarios y líricos del son jarocho. Junto
a este faro conceptual venían otras premisas, algunas de las cuales aparecen en
el balance que Jessica Gottfried realiza del movimiento jaranero:
...algunas de las premisas principales parecen ser buscar
darle un lugar privilegiado a los viejos soneros; entender que el son jarocho
tienen sus orígenes en el periodo barroco; buscar dar al son jarocho un lugar
frente a las instituciones y asimismo desmentir la idea que el son jarocho se
refiere estrictamente a los famosos tríos sotaventinos; la creación de versos y
décimas; que el son jarocho se deriva también de ritmos de origen africano; y
hacer mención de la creciente participación de jóvenes jaraneros que vienen de
otras regiones o ciudades de fuera del Sotavento (Gottfried: 40).
Estos principios fundacionales
parecieron tocar un nervio importante de las nuevas generaciones y en el
transcurso de unas pocas décadas se convirtió en un movimiento que expandió el
área de influencia del son jarocho mas allá de sus fronteras naturales
sotaventinas, para incluir un buen número de centros urbanos importantes de
México y el extranjero, principalmente en los Estados Unidos pero también con
algunas incursiones interesantes en Europa, creando en el proceso una serie de
comunidades interconectadas entre sí que han tenido que ir recreando y
reinventando la tradición del fandango para adaptarse a sus particularidades
socioculturales sin perder el contacto con los cánones del movimiento jaranero.
Tal ha sido el nivel de
expansión del movimiento jaranero que nos atrevemos a utilizar el término de comunidad imaginada para nombrarlo[4]. Imaginada porque, por dicho
crecimiento, los miembros de esta comunidad van perdiendo la capacidad de
conocerse entre sí. A pesar de la omnipresente presencia de las redes sociales
es poco probable que los miembros de este movimiento sepan de la existencia de
todos los demás, aunque sí “en la mente de cada uno vive la imagen de su
comunión” (Anderson: 23) Cada uno de los miembros del movimiento comparte los cánones
que incluyen junto con el aprendizaje técnico y cultural para cantar, ejecutar
un instrumento, bailar o hacer versos una serie de lineamientos generales como
los que hemos expuesto más arriba. Comparten además una historia común y un
discurso que es distribuido de forma principalmente oral[5] y que puede, por lo mismo,
adquirir mil y una formas que en algunas ocasiones no tienen mucho que ver con
la realidad. Comparten además un sentimiento general de subalternidad al utilizar
el son jarocho y su entorno cultural para librar luchas en contra de poderes
hegemónicos que varían según cada una de las circunstancias particulares, porque
si algo ha caracterizado al movimiento jaranero ha sido su carácter de resistencia,
resistencia cultural contra la homogeneización nacional, resistencia comunitaria
en contra de situaciones sociales injustas, resistencia política de izquierda
en muchas ocasiones, resistencia de muchas clases y modos.
Esta comunidad imaginada que
ha recibido el nombre de movimiento jaranero toma los lineamientos generales
del son jarocho y el fandango “tradicional” y lo aplica según sus necesidades y
su entorno. Los miembros del movimiento jaranero distan mucho de ser un grupo
social homogéneamente constituido aunque a simple vista lo parezcan. Cada uno
de los subgrupos que lo componen utilizan el son jarocho por diversas razones:
por la marca de origen, orgullo veracruzano y/o mexicano; porque representa la
patria perdida y una posibilidad de identidad frente a los otros; porque su
impulso comunitario conlleva concepciones de la vida “premodernas” con las
cuales podemos enfrentar las “posmodernidades” que nos pierden, etc., por
muchas razones, por muchos motivos pero siempre con el son jarocho como una referencia
movible y mutable según las circunstancias de su uso, pero al mismo tiempo como
un pilar de dependencia que ayuda a que las culturas locales sobrevivan.
Incluso los participantes anglosajones que podría creerse que por el sólo hecho
de serlo forman parte de la capa hegemónica de la población, ven en el son
jarocho una forma de manifestar y fortalecer posiciones políticas de izquierda.
George Sánchez-Tello ilustra
algunos de los usos del fandango y el son jarocho entre la comunidad chicana.
La historia del fandango se
ha convertido en un modelo para chicanas y chicanos. Se han presentado
fandangos en protestas y en líneas de huelga. Por ejemplo hubo minifandangos durante
las marchas por los derechos de los inmigrantes del primero de mayo del 2010.
Se organizaron fandangos en la granja South Central, la granja urbana más grande
en los Estados Unidos, durante una lucha prolongada para preservar la granja.
La granja era uno de los únicos lugares de productos frescos en el distrito
urbano de South Central en Los Ángeles. La granja fue arrasada en 2006 por
oficiales de la ciudad de Los Ángeles. El significado de los fandangos no era
solamente reuniones musicales, que existen entre los músicos de punk, rock,
jazz, hip hop y otros géneros. Para muchos dichas reuniones eran
manifestaciones políticas de apoyo y alineamiento con los inmigrantes, los
mexicanos y las clases de abajo. Durante este periodo chicanas y chicanos
empezaron a llamarse a sí mismos jaraneras y jaraneros. (Sánchez-Tello: 46)
Para lograr esto, para
lograr que personas y grupos disímbolos encuentre en el fandango y el son
jarocho algo en común que les sirve para enfrentar diversos aspectos de la
cultura hegemónica desde sus particulares trincheras, cada uno de estos grupos
ha tenido que reinventar los lineamientos del movimiento para adaptarlos a sus
situaciones socioculturales. Y esto es cierto no sólo para los grupos
periféricos, para los “grupos extramuros” que se han añadido recientemente al
movimiento sino al corazón del movimiento mismo que tuvo que adaptarse a los
nuevos tiempos y a convivir con múltiples elementos culturales que eran
impensables para las generaciones anteriores.
Así los miembros del
movimiento que han vivido dentro del Sotavento veracruzano y que se consideran
a sí mismos herederos de la tradición, tuvieron que adaptarse y adaptar las
tradiciones a los nuevos tiempos. Me vienen a la cabeza los “fandangos
didácticos” que se popularizaron a lo ancho y largo del Sotavento durante la
primera fase del movimiento, en que al mismo tiempo que se celebraba un
fandango en lugares que tenían varias décadas de no celebrarlos, se tenía que
reeducar a los participantes en los protocolos que ya muchos no recordaban o
que incluso los jóvenes nunca llegaron a saber. También aquellos periodos de
inicio de los fandangos en Xalapa, donde una comunidad de estudiantes universitarios
muy bien intencionados pero no partícipes de los protocolos “tradicionales” lograban
echar a perder los fandangos solamente guiados por el ímpetu juvenil, lo cual devino
en la necesidad de crear reglas explícitas que trajeran a la mente consciente
de todos, la posibilidad de realizar un fandango que se dijera tradicional.
Mismo proceso que se ha repetido en la ciudad de México, en Tijuana, en
Tlaxcala, en California, en Córdoba, en Austin, en Guadalajara o en Nueva York,
sin mencionar los pequeños núcleos jarochos que sobreviven en España y Francia.
Cada grupo ha tenido que reinventar la tradición para adaptarla a sus
condiciones con el paradójico objetivo de mantenerla y formar parte de este
movimiento cultural tradicional que conocemos como movimiento jaranero.
Quisiéramos detenemos un
poco más en el asunto de la traslocalidad. Por un lado podemos decir que nada
hay más local que un fandango. La fiesta
tradicional del fandango es un fenómeno, sin lugar a dudas, particularmente
local, una fiesta que crea comunidad, una convivencia, y no hay nada más local
que eso. Es una fiesta en la que nos vemos las caras y convivimos físicamente
todos alrededor de un lugar físico que es la tarima. Al mismo tiempo la
flexibilidad del fandango y del son jarocho han permitido que sea un evento
reproducible en diferentes contextos, adaptándose a cada uno de los entornos,
cómo vimos más arriba. La localidad del fandango se ha reproducido en multitud
de lugares con condiciones socioculturales muy diferentes a las del Sotavento,
su tierra natal, y en todas ellas se han tenido que realizar adaptaciones,
grandes o pequeñas, a las prácticas, manteniendo empero una fidelidad muy
grande al propósito del fandango en los canones del movimiento.
Si aunamos a esto el uso extensivo
de las redes sociales como parte sine qua non del movimiento, nos da como
resultado un fenómeno repetido muchas veces que no deja de ser extremadamente
local, pero se conecta simbólicamente con todos los fandangos. Es una expresión
local que por vía del movimiento jaranero se relaciona con otras incontables
ocurrencias y que le da al movimiento jaranero su cohesión y su fortaleza a
pesar del alto grado de dispersión geográfica, social y cultural.
Cada fandango es un fandango
en el que caben muchos fandangos.
Referencias
- Anderson, Benedict. Comunidades imaginadas: Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. México, Distrito Federal: Fondo de Cultura Económica, 1993 (Colección Popular 498)
- Figueroa Hernández, Rafael. Son jarocho: Guía histórico musical. Xalapa, Veracruz: Comosuena, 2007
- García de León Griego, Antonio. El mar de los deseos: El Caribe hispano musical. Historia y contrapunto. México: Siglo XXI / Gobierno del Estado de Quintana Roo, 2002
- García de León Griego, Antonio y Lisa Rumazo. Fandango: El ritual del mundo jarocho a través de los siglos. México: Programa de Desarrollo Cultural del Sotavento, 2006
- Goodwin, Jeff y James M. Jasper (editores) The social movements reader. Cases and concepts. West Sussex, Inglaterra: Wiley-Blackwell, 2009
- Gottfried Hesketh, Jessica Anne. El fandango jarocho actual en Santiago Tuxtla, Veracruz. Guadalajara, Jalisco: Uni-versidad de Guadalajara, 2005 (Tesis de maestría)
- Hobsbawn, E. y T. Ranger (editores). The Invention of Tradition. Cambridge, Cambridge University Press, 1983
- Sánchez-Tello, George B. Jaraner@: Chicana/o acculturation strategy. Northridge, California: California State Uni-versity, 2012 (Tesis de Maestría)
[1]
Término marinero que quiere decir del lado contrario al de donde sopla el
viento. En el sureste mexicano se le conoce a una zona cultural que abarca
principalmente el sur de Veracruz y algunas regiones colindantes como Tuxtepec
en el norte de Oaxaca y Huimanguillo en el oeste de Tabasco.
[2]
Comillas muy necesarias porque a pesar de que el movimiento vende la idea de
que es un movimiento de son tradicional, dista mucho de serlo. Es evidente que
abreva, es evidente que se inspira en el son tradicional, pero ni sus prácticas
musicales ni mucho menos sus prácticas de distribución cultural tienen mucho
que ver con las formas musicales tradicionales que todavía subsisten en la
región de Sotavento.
[3]
Notas al disco Sones indígenas del
Sotavento. México, D.F.: Programa de Desarrollo Cultural del Sotavento,
2005
[4] El término fue
acuñado por Benedict Anderson y a pesar de que lo utilizó principalmente para
explicar el origen del nacionalismo, creemos que puede usarse en otros ámbitos
como el que intentamos esclarecer ahora.
[5] Oralidad que a principios
del siglo XXI incluye las formas tradicionales, más otras que se han añadido
para crear lo que llamamos una oralidad compleja y que incluye los medios de
comunicación, las grabaciones y las nuevas posibilidades de la internet.
Me parece un gran esfuerzo de tu parte mi querido Rafael tu siempre tan vivillo me gustaría que en esta tira de comentarios se incluyeran opiniones de quienes han salido del lugar y están desarrollando y viviendo este fenómeno del movimiento jaranero los países donde ellos se encuentran para crear un complemento con el propósito de aunar criterios y a los mirones como yo tengamos mejor idea de este interesante movimiento felicidades por ti maestro.
ResponderEliminarEso sería ideal, ojalá que nos oigan.
ResponderEliminarGracias por este artículo tan ilustrativo sobre el movimiento jaranero, hacen falta más artículos ilustrativos como este, se agradece el gran trabajo y la labor de seguir difundiendo el son jarocho, gracias a ello aprendí a tocar la jarana y conocí más de la cultura jarocha
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